En 1944 se crea la primera Escuela de Educadoras de párvulos de la Universidad de Chile al alero de la colaboración de dos figuras femeninas importantes: Amanda Labarca y Matilde Huici. Desde esa fecha en adelante ocurre una considerable evolución en materias educativas para la primera infancia, fuertemente influenciada por ideas de referentes educativos como Johan Heinrich Pestalozzi, Friedrich Froebel y María Montessori.
Históricamente, somos las mujeres quienes hemos sostenido labores de cuidado debido al peso que tienen los estereotipos de género y los roles asignados tanto a hombres como a mujeres culturalmente a lo largo del tiempo. La Educación Inicial desde sus inicios ha estado vinculada directamente a un trabajo femenino que relaciona el quehacer de la profesión a un estereotipo de género asociado a la idea de maternidad, alimentación, cuidados y crianza.
Sin ir más lejos, la carrera de Educación Inicial ha estado permeada por este escenario. El estigma que experimentan los hombres que se deciden por estudiar estas carreras es sistemático, llegando incluso a desistir de su profesión mientras la cursan o una vez egresados de ellas, debido a la ausencia de oportunidades laborales. La carga social y cultural vinculada al género es tan fuerte, que los hombres que se deciden por estas profesiones suelen ser injustamente vinculados al abuso sexual infantil, se les cuestiona su orientación sexual, o bien son de lleno deslegitimados cuando esta no responde a un patrón heteronormativo.
Según el Informe del sistema educacional con análisis de género emitido el 2022 por el Mineduc, hay un 99,1% de mujeres ejerciendo la pedagogía en Educación Parvularia. Concretar medidas para aumentar los cupos de hombres en carreras de educación inicial, poner en su debido valor la profesión y sus remuneraciones, puede contribuir, en parte, a equiparar cifras. Sin embargo, para tener verdaderos avances, se requiere de algo aún más profundo, algo aún más radical, se requiere cambiar las lógicas que asientan las bases de los estereotipos de género. Entonces, ¿por dónde partir?
Contar con hombres en la Educación Inicial no solo se traduce en efectos positivos al momento de evidenciar otras formas de vínculos e identificación, sino que niños y niñas aprenderán que el trabajo en equipo entre ambos géneros rinde frutos, aprenderán igualdad y equidad en los vínculos y contención, en la resolución de conflictos, en las lecturas que puedan realizar del mundo.
Si no contamos con un tejido social que crea firmemente en la importancia de los vínculos tempranos, en que las tareas de cuidado, crianza y educación son ítems que deben ser equitativos en términos de género, difícilmente podremos escapar de los estereotipos que dominan la elección de carreras profesionales, la convivencia laboral y personal, por el contrario, continuaremos transmitiendo desde la más tierna edad, el errado mensaje de que hombres y mujeres tenemos asignados roles inamovibles en la sociedad, que somos las mujeres quienes sostenemos labores de cuidado y asistencia, y que son los hombres quienes transmiten conocimiento duro y proveen económicamente, sin romper con las lógicas establecidas por años. Hacer una sociedad equitativa, es tarea de quienes la conformamos.
Fuente: El Mostrador, columna de opinión de Constanza Pérez
Fuente: Constanza Pérez, investigadora de ARPA
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